En la
época de oro del tango, un tema interpretado por Carlos Gardel afirmaba
que llegar a los cincuenta años significaba haber vivido un lapso más
que suficiente para enfundar la mandolina en las lides amorosas. Los
irónicos versos la emprendían contra un tal Cipriano, a quien invitaba a
retirarse a cuarteles de invierno.
No fue Gardel sino la ortodoxia económica y las errantes políticas
científicas y tecnológicas de los años noventa las que intentaron mandar
a cuarteles de invierno al Centro de Experimentación de Lanzamiento de
Proyectiles Autopropulsados, conocido como Celpa 1 o Celpa Chamical. Un
centro que –desafiando los poéticos mandatos gardelianos y las más
prosaicas políticas neoliberales de los noventa– llega a sus cincuenta
años sin ninguna intención de enfundar la mandolina y, por el contrario,
renueva actualmente su histórica vigencia de la mano de un creciente
apoyo estatal a la actividad aeroespacial argentina.
Un club para pocos
Hace cincuenta abriles
–tangueramente hablando– el juego de la Guerra Fría sacudía el tablero
geopolítico mundial con periódicas escaramuzas de diferente tenor. Una
de las movidas clave de ese riesgoso juego era el desarrollo de la
actividad aeroespacial, un terreno en el que la Unión Soviética parecía
perfilarse como la casi segura ganadora. El gigante comunista había
tomado ventaja en la carrera espacial frente a los EE.UU. por medio de
sucesivos golpes, como lo fueron la colocación en 1957 del primer
satélite artificial en órbita, el Sputnik, y la proeza de Yuri Gargarin,
el primer humano que realizó un viaje espacial en 1961. La
superpotencia de Occidente no quería –ni podía– ser menos que su
archirrival comunista. EE.UU. respondió apostando fuerte con el
compromiso –asumido por el mismísimo presidente Kennedy y cumplido casi
sobre el límite de los plazos autoimpuestos– de ser antes del final de
esa década el primer país que enviara un hombre a plantar su bandera en
la Luna. Aquella misma Luna que nostálgicamente plateaba barrios al
ritmo del dos por cuatro.
En el mundo bipolar que recibía a la segunda mitad del siglo XX sólo
un puñado de naciones podía mostrar algún grado de desarrollo
aeroespacial. La Argentina, aun frente a las desventajas propias de un
país periférico, no estaba dispuesta a archivar sus ilusiones en aquel
terreno. Más bien las acrecentaba y en 1962, con la puesta en
funcionamiento del Celpa I, el país dio un paso significativo para
afianzarse como miembro de aquella espacial minoría.
Un lugar bajo el sol
Las primeras
experiencias exitosas de la cohetería argentina habían sido coronadas en
1961 con los lanzamientos de los cohetes Alfa y Beta Centauro desde una
base emplazada en Pampa de Achala. Pero los verdaderos platos fuertes
de la actividad cohetera en la Argentina estaban por venir. Estaba claro
que si el país quería jugar en las grandes ligas de la tecnología
espacial se requería de un lugar de lanzamiento más apropiado para las
crecientes capacidades tecnológicas.
El asunto tenía ribetes estratégicos y de seguridad para las
poblaciones y el medio circundante y los especialistas eligieron las
cercanías de Chamical, una localidad de los llanos riojanos. Allí, la
aeronáutica argentina poseía unas instalaciones desde 1944, que habían
funcionado como Centro de Tiro y Bombardeo y Destacamento Aeronáutico
Militar. El lugar posee unas privilegiadas características
meteorológicas que vienen de perillas para la actividad aeroespacial
–por ejemplo una buena cantidad de días soleados– y está en las
cercanías de portentosos salares, que podrían servir para absorber los
impactos de los cohetes de prueba, minimizando los riesgos de los
lanzamientos. Estas cuestiones hicieron que en junio de 1961 el gobierno
presidido por Arturo Frondizi decidiera emplazar allí el Celpa 1, que
desde entonces fue un escenario protagónico del desarrollo aeroespacial
argentino.
También hubo otro Celpa, pero no corrió igual suerte. Con la
finalidad de lanzar misiles balísticos o autopropulsados, en los años
sesenta se creó el Celpa Atlántico o Celpa Mar Chiquita. La elección de
su emplazamiento en esta localidad cercana a la turística Mar del Plata
tenía sus pro y sus contra. A las facilidades de acceso y transporte de
los recursos humanos y técnicos se le oponía la ardua y dificultosa
tarea de la recuperación de los equipos en el mar. El lugar elegido era
ideal si se pensaba en poner a futuro un satélite en órbita, aunque el
terreno elegido era de propiedad privada, por lo que hubo que transitar
un proceso de expropiación. La base Celpa Mar Chiquita, si bien tuvo
intensa actividad en su primera década de vida, en medio de los avatares
políticos y económicos del país cayó en desuso y actualmente dejó en el
arcón de los recuerdos sus antiguos pergaminos aeroespaciales para
convertirse en una reserva natural.
Primer lanzamiento del Castor (CRX01) en CELPA, Chamical, en Diciembre de 1969
(Crédito: Diario Página/12).
De La Rioja a la Antártida
Chamical fue el
escenario emblemático del frenesí aeroespacial de los años sesenta y
setenta, cuando los científicos le sacaron jugo a esta base pionera en
la región realizando diversas experiencias aeroespaciales y
meteorológicas. En 1963 comenzó a ensayarse allí una nueva serie de
cohetes, los Gamma Centauro. La serie estaba integrada por dos modelos
que, si bien modestos, dejaban de ser experimentales –como los Alfa y
Beta Centauro lanzados en 1961– para convertirse en unos cohetes
operativamente hechos y derechos. En Chamical se realizaron múltiples
pruebas de lanzamiento, funcionamiento y recuperación de cohetes,
algunos de ellos con equipamiento destinado al monitoreo de la
atmósfera. En agosto de 1963 el Centro de Investigaciones Tecnológicas
de las Fuerzas Armadas (Citefa) probó un prototipo de cohete sonda de
diseño y factura propia conocido como Prosón I. Este cohete de dos
etapas tenía fines de monitoreo meteorológico y se realizaron pruebas de
evaluación general y de seguimiento óptico –utilizando para ello una
carga que generaba humo y marcaba la trayectoria, y era seguida por
instrumentos de control geométrico– con muy buenos resultados.
El Gamma Centauro tendría además un momento de gloria geopolítica,
ya que fue utilizado en una misión que tuvo como fin reafirmar los
derechos argentinos sobre la región antártica. Los estudios científicos
habían anticipado que los ciclos de actividad magnética solar entrarían
en un mínimo para 1965, y con tal motivo se propuso una serie de
estudios en lo que se dio en llamar el Año Internacional del Sol Quieto.
Argentina se sumó a la iniciativa mundial y creó en 1963 una comisión
que planificó un abanico de actividades relacionadas con el fenómeno
solar. En 1965 los Gamma Centauro llegaron a la Antártida, como parte de
un trabajo internacional de medición de las radiaciones y los
parámetros meteorológicos de la alta atmósfera. Los Centauros no
llegaron solos. La experiencia, realizada en la Base Matienzo (fundada
cuatro años antes) y complementada con otros lanzamientos efectuados
desde Chamical, incluyó tres cohetes Gamma Centauro y dos globos sonda, y
colocó al país a la vanguardia mundial respecto de los lanzamientos en
el continente antártico, una proeza que sólo habían alcanzado hasta el
momento los EE.UU. y la Unión Soviética, los pesos pesado de la Guerra
Fría. Es que no resultaba nada fácil operar en las condiciones
climáticas de la zona y eso otorgaba a la experiencia un lugar de
epopeya científica y tecnológica, además de constituir un aporte
invalorable a los estudios que se realizaban en el marco del programa de
cooperación internacional.
En las décadas siguientes un amplio abanico de cohetes, como los de
las series Canopus, Orión, Castor, Rigel y Nike-Apache, fueron lanzados
desde el Celpa 1, que también fue sede de importantes experiencias
científicas de exploración de la alta atmósfera y una activa campaña de
lucha antigranizo. Pero a principios de los ochenta el centro pasó a la
órbita militar y la actividad aeroespacial debió resignarse a ocupar un
papel secundario. El último lanzamiento experimental del siglo XX se
realizó en 1989, y posteriormente el Celpa 1 entró en un sombrío período
de inactividad que presagiaba un final inexorable para el centro y los
sueños aeroespaciales argentinos. Parecía que, parafraseando el tango
dedicado al pobre Cipriano, al compás del almanaque se deshojaba la
ilusión del desarrollo aeroespacial autónomo.
Marcando su retorno
En los últimos años el
desarrollo aeroespacial cobró nuevos bríos gracias a la implementación
de políticas activas. En ese sentido, el Celpa 1 fue escenario en 2011
de un acontecimiento que le permitió reverdecer sus laureles y que
conmocionó a la cercana localidad de Chamical. En julio de 2011 se lanzó
desde allí el Gradicom II, un cohete de dos etapas con dos motores de
propulsante sólido construido por el Citedef (ex Citefa).
El Gradicom es un desarrollo que se las trae. Por sus
características puede convertirse a futuro en un versátil cohete
aplicable a diversos fines, desde estudios científicos hasta la
colocación de un satélite en órbita, lo que en tiempos del SACD no es
poca cosa. La ocasión sirvió para probar todo el sistema –motores,
separación de etapas y elementos de medición y transmisión de datos– y
también para revivir la vieja gloria del Celpa I.
Para el lanzamiento del Gradicom II el centro debió ser
convenientemente adaptado a los tiempos tecnológicos que corren. El
último cohete de dos etapas argentino, perteneciente a la serie Tauro,
había despegado desde el Celpa 1 hacía 30 años, mucho tiempo atrás para
el vertiginoso ritmo de la actividad cohetera. La informática, en su
paso fulgurante, ha dejado avanzadísimos métodos de cálculo, de diseño y
de predicción aerodinámica que facilitan enormemente las cosas,
disminuyendo de manera considerable los tiempos de desarrollo, pero que
no pueden prescindir del ingenio y la creatividad humanos. Ese algo que
los tecnólogos suelen llamar knowhow –saber cómo– y que ha podido ser
preservado a pesar de los embates de las políticas de defensa y de
ciencia y tecnología de fines del siglo XX. Lejos de refugiarse en el
fuego del recuerdo –como sugiere irónicamente el tango–, a sus cincuenta
años el Celpa 1 está nuevamente en carrera para ser protagonista del
retomado camino del desarrollo aeroespacial argentino.
Fuente: Diario Página/12
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